viernes, 28 de agosto de 2009

De vuelta a mi hogar

Mientras yo estaba en recuperación, mi mamá le habló a mi hermana Adriana (la mayor), para informarle el resultado de la operación y los comentarios del doctor. Ya que ella no pudo acompañarme porque tuvo que cuidar a mis otras hermanas (Alejandra y Amira), en los días que no estuve, habilitó la casa para mi regreso.

Cuando llegué a mi casa, fuimos dos personas a quienes se les tenían que dar cuidados especiales. La situación de ambas nos obligó a adquirir artículos como una silla de ruedas, retrete portátil, riñón, entre otras cosas.

Me prohibieron el contacto con mi perrita chihuahua, así como las visitas. Durante estos días, mi condición era muy delicada.

Mi situación había pasado a segundo término, por increíble que parezca, ya que al mismo tiempo, la enfermedad de mi hermana Alejandra se iba agravando cada día más. La organización en mi casa cayó en un caos total, todas se hacían pedazos y el tiempo se venía encima.

La vida seguía, por lo tanto, yo tenía que seguir. Intenté continuar con mi rutina diaria, y le pedí a mi mamá que me ayudara a bañarme. Como pudo, me llevó al baño y ésta fue la primera vez que estuve a punto de desmayarme, nunca antes había vivido algo tan feo como eso, el no poder ver nada. En eso, llegó un amigo de la familia que es médico, y me quitó la gasa de la herida, y fue la primera vez que vi la bolsa de urostomía, el líquido que salía era rojizo.

Al salir del baño, el médico me dio varios consejos muy prácticos y me dijo “Nadie se ha muerto por suciedad” y que debía bañarme menos seguido por mi estado. Me explicó que el líquido rojizo era normal y que se debía a que el agua que había quedado tocaba los vasos sanguíneos y le daban esa coloración.

Pasaron doce días de caos para poder volver con el cirujano oncólogo para que me quitara la sonda urinal y los puntos de la herida.

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