domingo, 30 de agosto de 2009

Idas a urgencias

La vida ya no era igual, eso lo tuve que aprender de la peor manera. Un paseo en coche, un vaso de agua, una galleta o una nieve, pueden mandarte al hospital.

Durante cuatro días tuve mucho vómito, no se lo recomiendo a nadie que tenga una herida quirúrgica y menos en el abdomen. Se siente como si te estuvieran abriendo con un hierro caliente a todo lo largo del vientre. Y por dos días tuve diarrea, ya no podía parar, todo lo que entraba por mi boca salía inmediatamente.

Fue tal la desesperación de mi familia que, el 13 de abril de 2008 me llevaron a urgencias. Ya allí me revisó un doctor y dijo que se trataba de una infección intestinal y que el cáncer había pasado a segundo término porque si esto no se frenaba me podía matar. Me tuvieron que hidratar por tres horas y me estabilizaron.

A la semana siguiente, el 20 de abril, me comí una deliciosa quesadilla pero, me dio colitis. Fue un dolor terrible y a cada rato, así que… de nuevo a urgencias. Me tuvieron que hidratar otras tres horas y me quitaron el dolor.

Desde entonces nos dimos cuenta que soy muy sensible a la comida, por eso revisamos lo que contienen los alimentos, me compran agua embotellada y todo tiene que ser deslactosado.

Por seguridad no acostumbro comer comida fuera de casa, y si llego a hacerlo tiene que ser de franquicias donde las normas de higiene son altas y establecidas. La comida echa en casa tuvo que cambiarse a mi dieta pues, es muy difícil hacer dos comidas diferentes. Si alguien me quiere regalar algo, prefiero que sea fruta. Cuando alguien llegaba a visitarme se tenía que lavar bien las manos y de preferencia no saludaba de beso ni mano.

No es que uno se vuelva pretencioso pero, el miedo de ir a urgencias por un antojo o no querer hacer sentir mal a alguien, hace que uno sea precavido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario