viernes, 28 de agosto de 2009

Recuperación de la primer cirugía

Después de la cirugía desperté en el área de recuperación; la primer persona que vi fue una enfermera y le pregunté “¿Ya fue todo?” ella me dijo que sí, que la cirugía ya había terminado. Yo tenía mucho frío así que me pusieron una lámpara para que me calentara. Sentía que la nariz y la garganta me dolían, todo se debía al oxígeno que todavía tenía puesto.

Luego entró mi mamá y lo primero que le pregunté fue “¿Me quitaron la matriz?; ella creyó que le preguntaba porque quería que lo hicieran, así que tristemente me dijo que no habían podido. Para su sorpresa yo le contesté que qué bueno que no habían podido porque sí quería tener un hijo. Pero principalmente le dije “No te preocupes, yo no me voy a morir”. No me importaba cual fuera el resultado, no me iba a dejar caer en ese momento. Esto fue lo único de lo que hablamos, nadie se atrevía a decirme todos los detalles de la cirugía (esto implica la pérdida de ambos ovarios). Luego de poco tiempo le pidieron a mi mamá que saliera.

Estuve en recuperación entre una hora y dos; por la ventana alcanzaba a ver a mi familia y les hacía señas de que todo estaba bien. Posteriormente me quitaron el oxígeno y me llevaron a mi cuarto entre dos enfermeras y ya ahí me pasaron a mi cama. Allí fue donde sentí que tenía una bolsa extraña en el costado izquierdo del abdomen.

Luego entró mi familia y al ratito llegaron con otra unidad de sangre porque todavía tenía muy baja la hemoglobina.

La transfusión de sangre comenzó a hacerme sentir muy mal. Me faltaba el aire y estaba muy agitada, tuvieron que llamarle a una enfermera y esta me puso rápidamente oxígeno. Así tuve que estar mientras se terminaba la sangre y constantemente me revisaban los signos vitales.

En ese momento, llegó el cirujano oncólogo y me explicó porqué se me había aplicado una unidad de sangre durante la cirugía y porqué se me estaba poniendo otra unidad, esto se debía a que en los análisis de sangre que yo llevaba, decía que supuestamente estaba dentro de lo normal (12.0 gr/dL de hemoglobina), pero que al retirar parte del tumor, en realidad tenía 6.0 gr/dL, es decir, que estaba demasiado anémica. Con cada unidad aplicada iba a subir 1.5.

No entró en detalles de la cirugía, porque en ese momento lo que importaba era mi recuperación, pues mi estado era crítico.

También me explicó porqué fue necesario ponerme la bolsa extraña, que se trataba de una urostomía porque había tenido que cortar el uretero y que la tendría que usar por un tiempo. Y que además, me habían colocado una sonda para orinar, la cual me iban a dejar por doce días para ayudar al uretero a cicatrizar. Esperaba que todo saliera bien. Entonces, se retiró.

Posteriormente, las enfermeras continuaron con su rutina, yendo y viniendo, y aplicando las inyecciones intravenosas. Tenían que contabilizar la orina y el líquido que me salía por la urostomía.

Ya en la noche, el cirujano volvió a ver cómo iba todo, y dijo que le había gustado una frase que mi mamá le había dicho “Esto no se acaba, hasta que se acaba”, que tenía razón en ella, y que por lo tanto, era adecuada para mi situación.

Más tarde, me fue a visitar mi ginecólogo, quien estuvo presente durante la cirugía y me dijo que no me diera por vencida, que había muchos tratamientos para mi enfermedad, pues algunos tumores son quimiosensibles. Él fue quien nos dio la esperanza que necesitábamos, la lucha ya tenía sentido.

Al día siguiente, como yo sabía que para poder irme del hospital, tenía que comer y bañarme, lo tuve que hacer aunque no quisiera. Al momento del baño, era tanto mi miedo por las heridas, que nunca quise verlas. Era responsabilidad de otros hacer la limpieza. No hubo muchos cambios en la rutina.

El tercer día, a mediodía, volvió el cirujano oncólogo y me dio de alta hospitalaria. Al fin me podía ir a mi casa.

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